El apóstol Pablo dijo, “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la Fe” (2 Timoteo 4:7).
Cuando hablamos
de una carrera, el que va a correrla con profesionalismo se prepara, se
entrena, obtiene disciplina, se esfuerza, se mentaliza, porque es una
competencia que requiere de muchos ímpetus. En cuanto a la carrera espiritual
sucede lo mismo con el plus de que tenemos un Coach, un preparador del más alto
nivel y un entrenador que nos guía constantemente su nombre es Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
Para
poder desarrollarnos a vencer en la carrera debemos tener en cuenta dos aspectos
muy importantes:
Primero,
despojarnos de todo peso.
El peso
se refiere a todo estorbo que tengamos en nuestra vida que nos obstaculizará para
permanecer santos, evita que avancemos y alcancemos la meta de lo que Dios
quiere hacer en nosotros. Es todo aquello que no nos está edificando y nos
distrae del propósito divino (ejemplo: Pasar mucho tiempo en cosas que no
edifican, darle más importancia a dedicar nuestro tiempo a cosas banales, el orgullo,
la queja, el egoísmo, pereza, amargura, etc.).
Segundo,
despojarnos de todo pecado.
El pecado sigue siendo tan destructor como
siempre, no permite que corras la carrera por nada, lo peor de todo es que crea
una separación entre nosotros y Dios, no le gusta los entrenadores, solo quiere
dejarte correr vacíamente sin ninguna expectativa de llegar a la meta. El
pecado es errar al blanco por eso debemos mentalizarnos, prepararnos y accionar
en hacer solamente la voluntad de Dios y la victoria de la carrera viene por
añadidura.
Versículos
de estudios: Juan 15;5, 1 Juan 1:6-7, Efesios 4:22, 1 Pedro 2:1, Colosenses
3:5-10
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